Errores, providencia y ganas de contarlo.
Estas pasadas fiestas navideñas pude contar con más tiempo. Lo aproveché, ¡vaya que sí! dejando la estela de mi reverente paso acá y acullá: desde los pedregales tapiegos hasta territorio pixueto, al menos veinte posturas tuvieron ocasión de dar la bienvenida a este individuo.
Tanto esfuerzo tuvo el premio, pero no guinda; las lubinas, absolutamente desaparecidas, me dieron la espalda. Entonando para mis adentros un estribillo del tipo “¡qué estará pasando, dónde estarán; los roballos por el saco me están dando…!”, acabé por asumir esta agria perspectiva.
Las imágenes de esas playas y cantiles, bien grabadas en lo más profundo del encéfalo, sirven de consuelo ante un pesimista panorama. Ahora, incorporado a mis quehaceres y responsabilidades, las jornadas serán más esporádicas. Me quedarán los sábados, siempre gracias a la colaboración de mi familia, que me entiende y comprende.
Así las cosas, puse rumbo solitario a un tramo de costa capaz de soportar el temporal de poniente. El mar está muy pasado, pese a la persistencia del anticiclón. Un acceso sin incidencias y una planificación lenta y meditada, desde el comienzo del flujo de marea. Las perspectivas, empañadas por la certidumbre que en estas posturas los sargos hace tiempo que no pululan en cantidad. A sabiendas de este factor tan importante, me decline por este spot, quizá por motivos sentimentales.
Con paciencia y poniendo el aparejo en los lugares adecuados pude tentar algún espárido glotón. Las picadas fueron contadas y al final una docena pudieron combar la caña de siete y medio.
En el pero, los errores de principiante, as saber:
Dejé la caña encima de un promontorio mientras iba a buscar la mochila. Una ola imprevista me la lleva y la golpea violentamente. Llego a tiempo del rescate, tirando de la puntera. El carrete, mojado (aunque no ha sido problema, pues el TP 5000 SW aguanta mojaduras, siempre que sean rápidas). En fin, salvada “por los pelos”
Al final de la jornada me parapeto en un saliente. Para pasar dejo el cubo de macizo y el cebo y otra ola me lo lleva. Bueno, ¡esto ya es para preocuparse, en qué estoy pensando! Lo que se transforma, a la postre, en una bendición, pues me obliga a tomar la retirada.
Sin cebo y visto que los sargos tampoco estaban por la labor, camino hacia delante a buscar el vericueto en el terraplén. Subo y compruebo, con tremenda desazón, que la trocha está absolutamente tupida de tojos. ¡Puñeta de primera! Empiezo a caminar, desbrozando, pero me retiro. Es un trecho demasiado largo hasta el tramo de salida, por encima del cierre de marea que pasé a bajamar sin la suficiente previsión (creí, que el camino por arriba estaba abierto).
¡Huyuyuy! la noche se cierne y me quedan dos opciones, pues por abajo no podré pasar, salvo esperando la bajamar, algo que ni me planteo: la una, remontar y dar un penoso ascenso y una caminata de órdago para llegar al coche; o bien ascender por el cantil inmediato al paso, con lo que me quedarían solo unos 30-40 metros para poder llegar a la playa contigua y tomar el sendero inicial.
Espoleado por la inmediata oscuridad tiro haciendo pasos lentamente en el prado inclinado. No son más de quince metros. Llego y doy un paso complicado. Bajar ya no bajo, que a ver cómo lo hago. Solo queda una opción y no pasa por entregarse y empezar a temblar, ja, ja. Estos cantiles bajos asientan arriba tojo, pero está muy quemado del salitre. Así que unamos a tanta precariedad la falta de agarre. Meto los puños en el fondo y empujo. ¡Dios, el terreno se va a mis pies! “¡qué coño hago yo metido en este berenjenal!” me da tiempo a pensar mientras me agarro como si mi vida dependiera de ello (y mal que me pese dependía, para qué nos vamos a engañar…). Os aseguro que no están las cosas para otros pensamientos, que no sean empujar y empujar hasta dar con un leño robusto al que asirse.
¡Uf, ya estoy libre! Suerte, sin dudas: salvé la caña, aunque con algún desperfecto; perdí el cebo, algo providencial para encarar el retorno con suficiente tiempo; pude remontar, con cierto estrés, pero pude…cambiarse, una cerveza reparadora y un asado de costillas para desentumecer, sin olvidar un combinado con tónica para restañar heridas. Mañana será otro día…
En fin, amigos míos, una historia corriente en estas aventuras pesqueras. Plena de errores, que no suelo cometer…pero el que esté libre de pecado…os quedáis cortos si pensáis que estoy loco…